El crimen de Alamedilla

Dionisio Guidú, un joven carpintero de 26 años, Agustín Gregorio Torcuato Molero Pardo, alias "el parra", de 41 años y con antecedentes por robo, y José Mª Vilchez Justicia, alias "el resina", jornalero de 33 años, se habían reunido esa tarde del 06 de febrero de 1895 en el pajar propiedad de este último, a las afueras de Alamedilla (Granada).

Llevaban tiempo planeando el robo en casa de Leopold Cristofleau, ingeniero francés encargado de la construcción del ferrocarril "Linares-Almería" y, ese día, creyendo en su poder el importe de la nómina de los empleados, habían decidido cometerlo...

Estuvieron bebiendo y ultimando los planes hasta que cayó la noche. Tenían claro que si era necesario matar para cometer el robo... lo harían. Para ello iban provistos de diversas armas, entre ellas un revólver sistema Laffoseau de dos cañones de 16 mm.

Aprovechando la oscuridad accedieron a la vivienda del ingeniero. No hubo necesidad de forzar la puerta, que había quedado abierta al salir un vecino que estaba de visita. Acerrojaron la salida y taparon el ojo de la cerradura con un pañuelo.

Leopold estaba sentado delante de la chimenea. A su lado se encontraba Isabel Troyano, asistenta de la casa, que fregaba la vajilla.
Sin darles tiempo a reaccionar, Guidú y Molero se abalanzaron sobre la espalda del francés, propinándole un hachazo. El hombre intentó defenderse, pero fue violentamente reducido de varias cuchilladas en el abdomen. Después, para asegurar su muerte, le seccionaron el cuello de oreja a oreja. Al tiempo Vilchez se encargaba de Isabel, quien apenas tuvo tiempo de gritar antes de que el asesino le rebanara el cuello con una navaja barbera.

Emprendieron el registro de la casa buscando todo el dinero y objetos de valor que hubiera en la misma. Tras más de una hora de saqueo se apoderaron de poco más de mil pesetas.

Antes de marcharse se lavaron las manos en el lebrillo que había utilizado Isabel para fregar los platos. En el escenario del crimen dejaban tres pañuelos ensangrentados, con los que intentaron limpiar la sangre de sus ropas y de las armas que habían utilizado en el ataque, así como diversas huellas "humorosas" en aquellos objetos que habían tocado.

A pesar del sigilo puesto por los asesinos al salir de la finca, fueron vistos por la hija de la criada, que pasaba en ese momento por las proximidades, quien los consideró amigos del "francés".

Leopold Cristofleau (centro) en Brasil, sobre 1880.

Al día siguiente los vecinos encontraban la casa del ingeniero sumida en un completo silencio, con el hogar apagado (no salía humo de la chimenea) y la puerta entreabierta... "eso no era normal". Tras requerirle a gritos en varias ocasiones, y no recibir contestación, decidieron acceder a la vivienda. En su interior hallaron los cuerpos sin vida de Leopold y de Isabel. Se avisó inmediatamente a la Guardia Civil de Alamedilla.

Las pesquisas de los investigadores de la Benemérita no tardarían en dar sus frutos. Cuatro días después, el 10 de febrero, Molero Pardo y Vilchez Justicia eran detenidos en Guadix. Durante el interrogatorio confesaron su participación en los crímenes y delataron a Dionisio, quien sería apresado tres días más tarde.

El día 19 de noviembre de 1897, y escoltados por un gran número de miembros de la Guardia Civil, los detenidos accedieron a la Audiencia de Granada para la celebración del juicio por sus crímenes. La prensa de la época los describía de la siguiente manera: "vestidos con trajes oscuros, calados los dos primeros con boina y el último con gorra, mal encarados y de apariencia terrible".

El Ministerio Fiscal pidió la pena capital para los tres inculpados por los delitos de robo con homicidio, concurriendo las agravantes de premeditación, nocturnidad, cuadrilla, cometerse el delito en morada de las víctimas y con desprecio al respeto que merecían las mismas.

Los pañuelos manchados de sangre, y las huellas dejadas en los objetos, fueron utilizados durante el juicio como piezas de convicción para la fiscalía. Sería determinante la declaración de la hija de la criada asesinada, que reconoció a los acusados como las personas que vio salir de la vivienda esa noche. Los tres acusados fueron condenados a muerte.

El ajusticiamiento se fijó para las ocho y veinte del día 28 de agosto de 1898. Para ejecutar la sentencia se trasladaron hasta Guadix los verdugos de las Audiencias de Sevilla y de Granada. Los reos fueron acompañados al cadalso en medio de un gentío que rondaba las once mil personas. Con la intención de prevenir cualquier altercado, un importante despliegue de efectivos del ejército rodeaban el patíbulo con las bayonetas caladas.

Fue una desgraciada anécdota la muerte de un joven pastor que regresaba al pueblo tras varios días de ausencia, y sin saber nada de las ejecuciones. Falleció de un infarto ante la tétrica escena de los tronchados cadáveres, que estuvieron expuestos en la plaza hasta las ocho y media de la tarde.
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